Escena cuarta
(Amal y el lechero)
El lechero (fuera).-
...¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!
Amal.- ¡El de los quesitos,
oye, el de los quesitos!
El lechero (entrando).- ¿Me
has llamado, niño? ¿Quieres comprarme quesitos?
Amal.- ¿Cómo quieres que te
los compre, si no tengo dinero?
El lechero.- Entonces, niño,
¿para qué me llamas? ¡Uf! ¡Vaya una manera de perder el tiempo, hombre!
Amal.- Si yo pudiera, me
iría contigo...
El lechero.- ¡Conmigo!...
¿Qué estás diciendo?
Amal.- Sí; ¡me entra una
tristeza cuando te oigo pregonar allá lejos, por el camino!...
El lechero (dejando en el
suelo su balancín).- Y tú, ¿qué es lo que haces aquí, hijo?
Amal.- El médico me ha
mandado que no salga, y aquí donde tú me ves estoy sentado todo el día...
El lechero.- ¡Pobre! ¿Qué
tienes?
Amal.- No sé; como no soy
sabio, no sé qué tengo. Pero di tú, lechero; tú, ¿de dónde eres?
El lechero.- De mi pueblo...
Amal.- ¿De tu pueblo? ¿Y
está muy lejos de aquí tu pueblo?
El lechero.- Mi pueblo está junto al río Shamli, al pie de los montes
de Panchmura.
Amal.- ¿Los montes de
Panchmura has dicho? ¿El río Shamli? Sí, sí; yo creo que he visto una vez tu
pueblo; pero no sé cuándo ha sido...
El lechero.- ¿Que has visto
tú mi pueblo? ¿Tú has ido hasta los montes de Panchmura?
Amal.- No, yo no he ido;
pero me parece que me acuerdo de haber visto tu pueblo... Tu pueblo está debajo
de unos árboles muy grandes, muy viejos que hay allí, ¿no?; junto a un camino
colorado, ¿no?
El lechero.- Sí, sí, allí
está...
Amal.- Y en la ladera está
el ganado comiendo...
El lechero.- ¡Qué
maravilloso! El ganado comiendo... Pues es verdad...
Amal.- Y las mujeres, con
sus saris granas, van y llenan los cántaros en el río, y luego vuelven con
ellos en la cabeza...
El lechero.- Así mismo. Las
mujeres de mi pueblo lechero todas van por agua al río; pero no creas tú que
tienen todas un sari grana que ponerse... Pues sí, no cabe duda; tú has estado
alguna vez de paseo en el pueblo de los lecheros...
Amal.- Te digo, lechero, que
no he estado nunca allí. Pero el primer día que me deje el médico salir, ¿vas
tú a llevarme a tu pueblo?
El lechero.- Sí; me gustaría
mucho que vinieras conmigo.
Amal.- ¿Y me vas a enseñar a
pregonar quesitos, y a ponerme el balancín en los hombros, como tú, y a andar
por ese camino tan largo, tan largo...?
El lechero.- Calla, calla...
¡Pues estaría bueno! ¿Y para qué ibas tú a vender quesitos? No, hombre; tú
leerás unos libros muy grandes, y serás sabio...
Amal.- ¡No, no; yo no quiero ser sabio nunca! Yo quiero ser como tú...
Vendré con mis quesitos de un pueblo que está en un camino colorado, junto a un
viejo baniano, y los iré vendiendo de choza en choza...
Qué bien pregonas tú: “!Quesitos,
quesitos, a los ricos quesitos!” ¿Me quieres enseñar a echar tu pregón?
El lechero.- ¿Para qué
quieres tú saber mi pregón? ¡Qué cosas tienes!
Amal.- ¡Sí, enséñamelo! Me
gusta tanto oírte... Yo no te puedo explicar lo que me pasa cuando te oigo en
la vuelta de ese camino, entre esa hilerita de árboles...
¿Sabes? Lo mismo que siento
cuando oigo los gritos de los milanos, tan altos, allá en el fin del Cielo...
El lechero.- Bueno, bueno;
anda, ten unos quesitos; ten, cójelos...
Amal.- Pero si no tengo
dinero...
El lechero.- ¡Deja el
dinero! ¡Me iría tan alegre si quisieras tomar esos quesitos!
Amal.- ...Lechero, ¿te he
entretenido mucho?
El lechero.- No, hombre,
nada. No sabes tú lo contento que me voy...
Ya ves;
me has enseñado a ser feliz vendiendo quesitos (Sale).
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