BIBLIOTECA CEIP ALFAGUARILLA ALFACAR

jueves, 29 de diciembre de 2011

Refranes de Diciembre


https://guadarramistas.wordpress.com/el-refranero/refranes-de-diciembre/

http://www.blogger.com/img/blank.gif
Diciembre se caracteriza por ser el mes de entrada del invierno. Las temperaturas bajas y las horas de luz menguantes –son los días más cortos del año- son protagonistas.

Los refranes hacen alusión al frío, a las heladas nocturnas, al tiempo de reposo para las labores agrícolas -a excepción de la recolección de aceituna y de cítricos-, y poco más. ISABEL PÉREZ para GUADARRAMISTAS



En diciembre, la tierra duerme.



En diciembre, heladas y migas almorzadas.



En diciembre, sale el sol con tardura y poco dura.



Hacia Santa Lucía (día 13), la más larga noche y el más corto día.



En diciembre, se hielan las cañas y se asan las castañas.



En las noches frías de diciembre, si ves lucir la luna blanca, echa en la cama cobertor y manta.



En diciembre, hielos y nieves si quieres buen año al que viene.

EL INVIERNO. SIN ESPERANZA, CON CONVENCIMIENTO. ÁNGEL GONZÁLEZ

EL INVIERNO. SIN ESPERANZA, CON CONVENCIMIENTO. ÁNGEL GONZÁLEZ

El invierno

de lunas anchas y pequeños días

está sobre nosotros. Hace tiempo

yo era niño y nevaba mucho,

mucho. Lo recuerdo

viendo a la tierra negra que reposa,

apenas por el hielo

de un charco iluminada.

Es increíble: pero todo esto

que hoy es tierra dormida bajo el frío,

será mañana, bajo el viento,

trigo.

Y rojas

amapolas. Y sarmientos…

Sin esperanza:

la tierra de Castilla está esperando

-crecen los ríos-

con convencimiento.

Jardín de invierno

Pablo Neruda

Jardín de invierno



Llega el invierno. Espléndido dictado
me dan las lentas hojas
vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno.

Creció el rumor del mundo en el follaje,
ardió después el trigo constelado
por flores rojas como quemaduras,
luego llegó el otoño a establecer
la escritura del vino:
todo pasó, fue cielo pasajero
la copa del estío,
y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón tan enlutado,
como ayer con las yedras de mi infancia,
que la tierra extendiera
sus alas en mi amor deshabitado.

Yo supe que la rosa caería
y el hueso del durazno transitorio
volvería a dormir y a germinar:
y me embriagué con la copa del aire
hasta que todo el mar se hizo nocturno
y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora
tranquilizando su interrogatorio,
extendida la piel de su silencio.

Yo vuelvo a ser ahora
el taciturno que llegó de lejos
envuelto en lluvia fría y en campanas:
debo a la muerte pura de la tierra
la voluntad de mis germinaciones.

sábado, 10 de diciembre de 2011

domingo, 4 de diciembre de 2011

"Bienaventurados los que leen"

"Bienaventurados los que leen"
http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/2011/12/bienaventurados-los-que-leen-fernando-iwasaki-desde-hace-meses-le-doy-vueltas-a-esta-frase-que-est%C3%A1-al-principio.html
Por: Escritores en Papeles Perdidos03/12/2011

LetoraLamuerte
por Fernando Iwasaki

DESDE HACE MESES le doy vueltas a esta frase, que está al principio del Apocalipsis, porque casi podríamos decir que el fin del mundo es una de los mejores estrategias de promoción de la lectura. ¿Cómo no recordar ese arranque rotundo al contemplar los miles y miles de visitantes de la Feria del Libro de Guadalajara? Y pensar que cada uno ha pagado algo así como un dólar para entrar.

LectorasHe visto salones rebosantes de jóvenes para escuchar coloquios, presentaciones y conferencias. He contemplado los corredores del recinto ferial colmados de personas comprando libros, buscando dedicatorias y fotografiándose con sus autores favoritos. He mirado con asombro las interminables colas que el público entusiasta forma para conversar con un escritor, presenciar las actividades o pedir un autógrafo.

He oído conmovido cómo los escolares y universitarios nos llaman "maestros" a todos los escritores invitados y me he quedado mudo cada vez que me han pedido que les recomiende un título para ser felices, para agradar a sus padres o para hechizar de amor a otra persona que uno supone dispuesta a dejarse seducir a través de un poema, una novela o un cuento.

He agradecido la curiosidad intelectual de la mayoría de periodistas locales que han leído lo que tenían que leer antes de elaborar sus preguntas. Aquí nadie nos pide que le hablemos de nuestro libro, porque los profesionales que nos entrevistan son los mismos que ya nos entrevistaron en las anteriores ediciones de la FIL. El escritor Antonio Ortuño lo ha resumido así: «vine a la FIL como escolar, más tarde como periodista y desde hace tres años como escritor». ¿Cuántos más, como Antonio Ortuño, habrán crecido para la literatura gracias a la FIL Guadalajara?

SkarmetaHe disfrutado con los amigos que apenas veo porque viven en otras ciudades e incluso en otros países. La mayoría son mexicanos como Jorge Volpi, Rafael Pérez Gay, Ignacio Padilla, Cristina Rivera Garza, Pedro Palou, Jorge Hernández, Paco Taibo, Vicente Quirarte o Xavier Velasco. Varios chilenos como Antonio Skármeta (en la foto, a la derecha), Isabel Mellado y Arturo Fontaine. Más de uno argentino: Daniel Divinsky, Ana María Shua, Guillermo Martínez y Andrés Neuman. También un par de peruanos como Enrique Planas y Santiago Roncagliolo. Y por supuesto especies únicas como el nicaragüense Sergio Ramírez, la portorriqueña Mayra Santos o la boliviana Giovanna Rivero. No puedo asegurarlo con certeza, pero seguro que más de uno desea regresar el próximo año para volver a ver a tantos amigos.

El Apocalipsis ha engendrado una literatura rica en futuros distópicos y apocalípticos. Pienso en 1984 de Orwell, Un mundo feliz de Huxley o Farenheit 451 de Bradbury, donde la suerte de los libros iba unida al destino del mundo. Sin embargo, de un tiempo a esta parte los libros han desaparecido de los grandes relatos contemporáneos distópicos y apocalípticos como Mátrix o La Carretera, donde la humanidad lectora ha sido desplazada por legiones de zombis, esas criaturas reñidas con el libro y el jabón. ¿Cómo no echar de menos a los cultos simios que juzgaron a Charlton Heston en El planeta de los simios?

He tenido que venir hasta aquí para conjurar esas pesadillas y comprobar que la FIL Guadalajara sigue siendo ese hermoso refugio de lectores fraguado por Ray Bradbury, porque el Apocalipsis no es el fin del mundo sino el libro que lo narra y cuya primera frase reivindico: "Bienaventurados los que leen".

Fernando Iwasaki (Lima, 1961), su súltimo libros son : Arte de introducir (Renacimiento), Nabokovia Peruviana (Isla de Siltolá), Sevilla, sin mapa (Paréntesis), España, aparta de mí estos premios (Páginas de Espuma)




Blancanieves no era tan buena

Blancanieves no era tan buena
http://www.elpais.com/articulo/portada/Blancanieves/era/buena/elpepusoceps/20111204elpepspor_12/Tes
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS 04/12/2011

Había una vez un reino entre dos mares en el que siempre lucía el sol. Tenía un primer ministro al que sus amigos -incluidos los más belicosos- retrataban con cara de cervatillo y al que los ciudadanos querían mucho porque sacó al país de la guerra de Mesopotamia y sentó a su mesa a tantas princesas como príncipes, pero sobre todo porque, a pesar de haber nacido en una que llamaban Ciudad del León, él era tan sencillo como un zapatero. Cuestión de talante, decía él quitándose importancia. Cuando los sabios oyeron esa palabra recordaron que talante, como talento, viene del nombre que en griego tenía una moneda de oro.

Saber que todo podía ser cuestión de dinero no enturbió el ánimo de la ciudadanía, hasta el punto de que esa palabra, como muchas otras, pasó a pronunciarse como si fuera esdrújula. A pesar de que el cielo se había ido nublando en los imperios vecinos, en el reino del talante lucía un sol perpetuo. En parte porque era un sol pintado por Miró para atraer turistas y en parte porque el reino vivía dentro de una burbuja que no dejaba pasar las nubes a cambio, eso sí, de hacer que cada vez el aire estuviera más viciado. Fue entonces cuando se prohibió fumar dentro de los palacios.

Todo era de cuento: los atletas ganaban campeonatos incluso en los antípodas, y las gentes cruzaban el mar para ver el milagro de aquel país en el que los prestamistas daban dinero al que se lo pedía y el primer ministro eliminaba impuestos e incluso repartía monedas cuando le sobraban. Tan seguras parecían las cosas materiales y presentes, que los guías del reino decidieron arreglar las pasadas y espirituales. Fue así como los consejeros del reino decidieron crear un ministerio al que le buscaron el nombre más bonito: igualdad. Duró lo que duraron los talentos de oro y terminó alojado en la casa de la sanidad, pero tuvo tiempo de hacer cosas sensatas y, también, cosas extravagantes.

Entre las últimas estaba buscar una solución, política y correcta, para un viejo problema: la crueldad y el sexismo de los cuentos infantiles. Todo quedó en la búsqueda porque los duendes pincharon la burbuja y las palabras dejaron de ser esdrújulas y agudas -paridad, igualdad y volvieron a ser llanas -prima, riesgo, deuda, soberana. El cuento sigue porque los súbditos del reino pusieron a buscar oro a un registrador de la propiedad cuyo mayor mérito era la paciencia. Continuará, pues.

Fábulas aparte, en la primavera del año pasado, pocos meses antes de convertirse en Secretaría de Estado, el Ministerio de Igualdad promovió una campaña para incentivar la lectura entre los niños de relatos que no estuvieran lastrados por los estereotipos, sexuales y violentos, de los cuentos clásicos de la tradición infantil: Barba Azul, La Cenicienta, La Bella Durmiente...

No es una novedad. El maquillaje y la censura forman parte de la evolución editorial de la literatura para niños tanto como la brutalidad de muchas de las peripecias que la nutren. En 1697, un académico francés llamado Charles Perrault recogió en un volumen ocho cuentos -La Bella Durmiente, Caperucita Roja, El gato con botas, La Cenicienta y Pulgarcito, entre ellos- en los que es difícil desligar lo que se le debe a él de lo que él debe a la tradición. Un siglo más tarde, dos hermanos alemanes, los Grimm, publicaron una recopilación que incluía varios de los cuentos del francés en versiones levemente distintas o muy distintas. Si la Caperucita de Perrault termina con la niña dentro del estómago del lobo, la de los Grimm se prolonga hasta la heroica intervención del cazador.

Eso sí, en tiempos de guerra entre Alemania y Francia, esos relatos desaparecieron de las sucesivas ediciones. Lo mismo que hoy es difícil encontrar una recopilación de la pareja de escritores que incluya El judío entre los espinos, un texto que hasta el menos amante de la pedagogía moderna consideraría racista.

Pero los maquilladores no se conforman con ver cómo Perrault salva a la última mujer de Barba Azul, se empeñan en resucitar a todas las esposas degolladas por él. No obstante, los malos no son los únicos en pasar por el quirófano de la cirugía estética. Los buenos también reciben su ración de edulcorante para hacer de las bellas candidatas a Miss Universo y de los jorobados seres que no producen miedo alguno. Ni que decir tiene que el gran cirujano de la narrativa tradicional no surgió de la literatura, sino del cine: Walt Disney, al que Rafael Sánchez Ferlosio -autor de una novela con niño como Industrias y andanzas de Alfanhuí no duda en calificar de "el gran corruptor de menores y la mayor catástrofe estética, moral y cultural del siglo XX".

La comparación entre el Pinocho que Carlo Collodi publicó en 1882 y el que Disney estrenó en 1940 es más que gráfica: el cascarrabias Geppetto se convierte en un anciano tierno con pez y gato; el tiburón, en ballena y el grillo no desaparece para reaparecer más tarde, sino que se transforma en acompañante de la marioneta que nunca termina de llegar a la escuela. Por supuesto, en el cine nunca se vio lo que puede imaginarse en el libro: a Pinocho contemplando su propia muerte como muñeco.

A veces, la cautela va más allá de lo obvio. Así, no faltan los editores que alertan a sus autores del peligro de que los protagonistas de sus libros corran sus aventuras solos, lejos de la mirada de sus padres. Se trata de poner una red pedagógica donde el relato necesita un salto narrativo. Triple y mortal a veces, pero imprescindible: al lado de un adulto no hay historia posible. Adiós a Pulgarcito, Hansel, Gretel, Caperucita y, de nuevo, Pinocho.

"A menudo los que se asustan son más bien los padres. Y estos a su vez asustan al niño", apunta la experta en cuentos de hadas Clarissa Pinkola, autora de una amplísima antología de relatos de los hermanos Grimm y de un trabajo ya clásico del clásico: Mujeres que corren con los lobos. Allí se pregunta por qué los cuentos de todo el mundo recogen originalmente episodios que no ocultan su cara más brutal. Porque, responde, "no es probable que prestemos atención a la alarma si esta se expresa en términos más blandos". El mismo mecanismo, sugiere, que hoy se usa en las campañas contra el consumo de drogas o contra los accidentes de tráfico.

Por supuesto, todo lo anterior no es cosa de niños. Todavía. No cabe relegar en exceso la chispa primera de relatos que terminan cargados de arquetipos y de interpretaciones morales: el hecho de contar, simplemente. Y su efecto primero: el entretenimiento. En un ensayo antológico titulado con una pregunta, ¿Qué quiere un niño?, el filósofo José Luis Pardo comparaba a los personajes de Pinocho y Buzz Lightyear (el astronauta de la película Toy Story) como ejemplos, respectivamente, de muñeco que quiere ser humano y humano que no sabe que es un muñeco. Pardo, además, reflexiona sobre el carácter amoral de los niños. "La célebre y celebrada inocencia de los niños", dice, "no mienta una incapacidad para hacer el mal, no es que los niños sean buenos; su inocencia está cargada de perversidad; no son ni buenos ni malos porque simplemente carecen de conciencia moral, son capaces de cometer las peores maldades sin sentir remordimiento alguno, les falta la conciencia de culpa".

No es lo único, por cierto, que les falta a los niños, esa peculiar especie de animal racional. También les falta, para su felicidad, conciencia de algo que a medida que crecen se convierte en toda una cadena: el hilo argumental. De ahí que puedan entrar y salir de una historia disfrutando de cada instante como si fuera único. De ahí que nunca terminen de escuchar un cuento de una vez por todas. O de ver una película, la forma moderna de los cuentos antiguos. De ahí que sean capaces de leer (o ver) lo mismo una y otra vez. La ventaja de ser inmortal es que el tiempo no existe. El problema es que creen que todos disfrutan de su misma condición. Walter Benjamin, que tanto escribió sobre la figura del narrador tradicional -narrar no es solo un arte, también es un mérito, decía que la primera experiencia que el niño tiene del mundo no es que los adultos sean más fuertes, sino su incapacidad para la magia. Tenía razón. Jesucristo no era una excepción: todos los niños creen que sus padres son Dios.

Portugal más cerca



sábado, 8 de octubre de 2011




http://www.youtube.com/user/fundacionlengua





http://www.blogger.com/img/blank.gif