Entonces, cuando en apariencia ya se avecinaba completa desolación, el gemido prolongado de Tía anunció un nuevo parto. Y nació Selene, la Luna. Y, mágicamente, la negrura se despejó. Ella brotó como una flor en la roca árida, o como un manantial en el desierto: sola lumbrera en todo el tenebroso firmamento (porque aún no habían nacido las estrellas).
Pero si bien su hermano era de oro, y sus destellos puro fuego vivo, Selene, la Luna, era de pálida plata; piel fantasmal, que da miedo casi mirarla, al tiempo que fascina y enamora.
También ella atraviesa el cielo en su carro conducido por caballos, o bien montada en una yegua. Toda la noche dura su viaje, tanto tiempo como su hermano permanece durmiendo, oculto, mientras surca las aguas. Y sólo cuando ella acaba su ruta y se sumerge a su vez en el Océano, en el lado opuesto del horizonte, él emerge de nuevo.
Cuentos de la mitología griega V.
En el firmamento
Alicia Esteban y Mercedes Aguirre
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