Si algo me emociona de Emilio
Lledó es su capacidad para seguir haciéndose preguntas y para seguir
manifestando sorpresa ante las cosas del mundo. Las palabras, las expresiones,
son para él una incógnita permanente. Le gusta profundizar en los sentidos
de las palabras, extraer esos sentidos del fondo de la tierra y sacarlos a la
luz como frutos nuevos, porque de tanto usarlas las palabras se adormecen,
pierden su brillo original, no vibran. Y hay que tocar sus cuerdas, sus
sonidos, para hacerlas renacer. Emilio Lledó lo hace constantemente. Le gusta
jugar con el lenguaje, inventar términos que le conduzcan a los senderos cristalinos
de la comprensión, esos que no están pisoteados, que parecen esperar a que
nuestras huellas se fijen en ellos por primera vez, cuando se abre la mañana y
aún no hay sombras ni peligros al acecho. ¿Qué quiere decir esto? Es el
interrogante que abre una y otra vez el filósofo. A partir de ahí empieza a
caminar, parándose a contemplar los latidos de todo lo que es nombrado, la
fisonomía de los árboles, las hojas que caen y que le resultan tan evocadoras,
la gente que camina a su paso, las letras que llenan los espacios, los huecos
de la existencia.
http://lecturassumergidas.com/2014/06/27/emilio-lledo-la-raiz-del-mal-esta-en-la-ignorancia-el-egoismo-la-codicia_/